Notícias

Intersección Fstival de vídeo na Corunha

Intersección Fstival de vídeo na Corunha

Ernesto de Sousa: una breve aproximación 
El festival lisboeta FUSO cumple diez años de vida y ara celebrarlo se há embarcado en una gira com um besto f de su programación, y ls primera parada europea há sido precisamente en A. Coruña. En la sección Reload se han proyectado cortometrajes de diversos cineastas, pero antes pudimos degustar uma breve retrospectiva de um artista multidisciplinar, un histórico del experimental português.
Ernesto de Sousa, figura clave de la escena underground y experimental portuguesa, es una especie de elemento aglutinador a la manera de Jonas Mekas. Fue amigo de Alain Resnais o Agnès Varda, padre de los cine-clubs y contactó y trabajó con Wolf Vostell y otros promotores del movimiento Fluxus. Hemos podido ver tres piezas cortas suyas. En la primera, Happy people (1969), podemos entrever la influencia de Mekas —o no: en ocasiones, tiempos similares ofrecen obras similares de artistas que no se conocen, pero el zeitgeist atraviesa países, culturas y océanos— en sus imágenes en Super 8 de amigos que brindan, ríen y se aman. La cámara se introduce entre los protagonistas con complicidad, como un voyeur amable: no necesita esconderse, por lo que sigue una de las máximas del fotógrafo y cineasta Larry Clark: “hablar de lo que conoces”. En Havía un homem que corria (1969), el zangolotino protagonista no corre: da zancadas torpes, se cansa, tropieza y se cae en repetidas ocasiones imbuido de una prisa absurda, sin destino, entre dunas, viento y campo: los espacios que recorre crean una disonancia con esa ansiedad tan urbana. Su carrera es un castigo tantaliano: la naturaleza ni se inmuta mientras él se desploma una y otra vez en livianos simulacros de muerte. Una performance divertida que recuerda a otro artista conceptual de la caída: el legendario Bas Jan Ader, cuya postrera aventura fue embarcarse en un ínfimo bote, cruzar el atlántico y perecer ahogado cerca de costas gallegas. Nunca fue encontrado su cadáver, así que hay gente que asegura que todo forma parte de una performance de dimensiones cósmicas —aunque sospecho que se trata de la misma gente que asegura la existencia de una isla donde conviven en armonía Elvis Presley, Jim Morrison y otros malogrados mitos contemporáneos—. Hasta aquí todo va bien. Y entonces proyectan To a poet (1981), una pieza de veintidós minutos y un muro de agua sólida se levanta entre la pantalla y este espectador. La película consiste en un plano fijo de un mar cristalino y lleno de reflejos que corta la imagen en diagonal. De fondo sonoro: cantos tribales, lamentos, cuernos, cascabeles, sirenas e instrumentos no identificados interpretando algún tipo de música tradicional. ¿A qué poeta se refiere el título? ¿A Homero? ¿Es esto una versión minimal de la Odisea? Reconozco que eché mano de la Wikipedia y otros abrevaderos para buscar información sobre esta pieza en concreto: nada hallé. Mejor así, quizá. La información previa es el mal de nuestro tiempo y hace que sea casi imposible acercarse a una película virgen. Pero, en este caso, unas migajas de sentido u orientación hubieran sido bien recibidas. Al final, un barco cruza el encuadre, pero no es suficiente: no hay epifanía. Yo no soy poeta: llamo a la puerta, pero no me abre nadie.

1ª edición de ‘Intersección’: Una crónica

Por Javier Trigales 19 Dic 2018 en Crónicas, Panorámica, Portada